ÉTICA Y FUNCIÓN PÚBLICA

Publicado por revista SENRES
María Paula Romo
Junio, 2006.


ÉTICA Y FUNCIÓN PÚBLICA

“Cuando los demás entran en escena nace la ética”
Umberto Eco

En la actualidad el debate sobre la ética, su significado y alcances está presente en todos los espacios. Se discute el fundamento ético de los discursos, las acciones políticas, los comportamientos personales. Se habla y escribe sobre la ética médica, la ética en los medios de comunicación y, por su puesto, la ética en la administración pública.

Este texto pretende concretarse en el análisis de la ética en la función pública y la ética de los funcionarios públicos. Para hacerlo, propongo un breve recorrido por tres temas: un intento de definir a qué nos referimos por ética; una reflexión sobre el alcance de la ética pública; y –finalmente- cómo esto se relaciona con la administración pública y los hombres y mujeres que están a cargo de esta tarea.

¿Qué es la ética?

“Cuando los demás entran en escena nace la ética” dice el título de una de las cartas escritas por Umberto Eco en el contexto de un intercambio epistolar entre él y Carlo María Martini; invitados ambos por un semanario italiano. En ese capítulo Eco precisamente pretende acercarse a la comprensión de la ética desde una especie de humanismo aplicado y partiendo de una concepción laica sobre lo “bueno” y lo “malo”.

“Son los demás, es su mirada lo que nos conforma y nos define” dice el mismo Eco un poco más adelante en ese escrito; y precisa que la ética es precisamente el respeto a los demás; la solidaridad y el compromiso con su vida y su libertad es lo que debería fundamentar el comportamiento entre los seres humanos; y este compromiso se motiva en el hecho de reconocernos en los que nos rodean.

Pero en estricto sentido, la ética es una parte de la filosofía que estudia el tema de la moral, es decir, sobre el hecho de que unas cosas sean buenas / aceptables / deseables, y otras no. En este sentido, la ética es materia de expertos y filósofos; sin embargo también hay un debate ético sobre la praxis cotidiana; el intento de averiguar cómo actuamos los seres humanos, desde qué motivaciones y a qué apelamos para explicar nuestro sistema de valores y comportamientos.

Ética pública: ética de mínimos.

Durante mucho tiempo las ideas morales y éticas estuvieron directamente ligadas a una concepción religiosa, fundamentadas en esos preceptos y sólo posibles en concordancia con ellos. El surgimiento de una ética “laica” o “civil” es relativamente reciente. Algunos autores sostienen que es durante los siglos XVI y XVII que en Europa se debate sobre unos principios que permitan la convivencia de quienes vienen de distintas tradiciones o prácticas religiosas.

Por un lado el reconocimiento de la libertad de cultos como un derecho humano y, por otro, la construcción de sistemas de justicia independientes de las estructuras religiosas (los Estados laicos en reemplazo de los Estados confesionales) en el Occidente, dan ocasión a profundizar el debate sobre los contenidos de una ética que pueda ser compartida por fieles de distintas religiones y –a la vez- por individuos no religiosos. Es a esto que se conoce como ética civil o ética de mínimos.

La importancia de comprender el alcance de esta ética civil resulta también imprescindible como fundamento del sistema democrático. El pluralismo, que es uno de los pilares de la democracia, no puede ser confundido con subjetivismo moral; de hecho es inconciliable con esta idea y exige un mínimo de coincidencia ética para ser posible. Citando a Cortina: “la fórmula mágica del pluralismo consistiría en compartir unos mínimos morales de justicia, aunque discrepemos en los máximos de felicidad ”.

¿Cuáles son los valores que inspiran esa ética mínima?: podemos encontrarlos en las luchas y las conquistas históricas de la humanidad: los derechos humanos: civiles, políticos, económicos, sociales y culturales; los valores de la libertad, igualdad y solidaridad; y -afirmando la propuesta de Habermas- y la acción comunicativa; una actitud dialógica, que implica una ética comunicativa y una ética de la alteridad. Es decir, la convicción de escoger el diálogo como el mecanismo de relación con los otros, como la mejor forma para resolver nuestros conflictos y diferencias; y el respeto –no sólo la tolerancia- por el otro, la otra, que son mis interlocutores.

Hay autores que afirman que la ética laica sólo lo es verdaderamente si no hace referencias a ningún dios o enseñanza religiosa, coincido con la propuesta; sin embargo –para los fines de este texto- parece valioso recuperar los intentos que desde la ética religiosa se han realizado en pos de la construcción de una especie de “ética universal”. Me refiero por ejemplo al documento suscrito en el II Parlamento de las Religiones del Mundo. La declaración final de este encuentro se titulaba “Hacia una ética mundial” y, reconociendo las diferencias y los puntos de conflicto y en el respeto por los no creyentes, se propusieron cuatro principios que también pueden servir de marco para esta ética de mínimos: 1) la no violencia y el respeto a la vida; 2) la solidaridad y la demanda por un orden económico justo; 3) la tolerancia y una vida vivida con veracidad; 4) y la igualdad de derechos y la hermandad entre hombres y mujeres .

Que estas reflexiones sirvan para aclarar que el debate sobre la ética no es anacrónico a inicios del tercer milenio, pero sí es un asunto cada vez más complicado, menos dogmático, pero no por eso menos profundo; y en el manejo de lo público se trata además de un asunto impostergable.

Ética en la administración pública.

¿Cómo se vincula una discusión tan compleja como esta con el manejo de la administración pública y con el comportamiento de sus funcionarios?: La primera respuesta es que el tema no puede ser reducido a la discusión sobre Códigos de Ética para los funcionarios públicos. El tema es bastante más complejo que eso y tiene relación concreta con discusiones sobre diseño institucional; sistema de controles; la existencia de una carrera civil –con incentivos, sanciones y capacitación permanente; la capacidad de la administración de mantenerse independiente de condicionamientos partidistas / electorales; e incluso la voluntad de los actores políticos de respetar esa autonomía.

En el caso concreto de la administración pública no es suficiente discutir sobre la ética, sino que es necesario plantearse una ética para la democracia y el desarrollo. En términos prácticos eso significa no sólo que los funcionarios públicos tienen el deber de respetar ese mínimo ético, sino que además sus actuaciones deben estar guiadas a fortalecer el sistema democrático y los objetivos de desarrollo.

El debate además debe considerar los cambios respecto de las responsabilidades y alcance de la acción del Estado y su relación con ciudadanos, actores políticos y, en general, otros Estado. Para referirse al tema de la ética en lo público es imposible hacer una abstracción de estas nuevas condiciones políticas. Hoy la burocracia no es ni de cerca lo que Weber definió en sus textos.

La ética del funcionario público pasa entonces por las actuaciones legales, transparentes, independientes de factores internos o externos de presión. Depende de la capacidad que tengamos para integrar los valores democráticos en la práctica diaria de la burocracia convirtiéndolos en ética aplicada. Es el resultado concreto de establecer una relación de ciudadanos – Estado, en la que por esencia todos somos iguales y tenemos derechos; en contraposición a la desigual relación de clientes que la lógica contemporánea pretende imponer.

Sobre las faltas éticas de los servidores públicos, dice Dwivedi: “El comportamiento no ético incluye no sólo las prácticas que obviamente son hechos criminales, tales como los sobornos y la malversación de fondos, sino otras actividades como el favoritismo, el nepotismo, el conflicto de intereses, el mal uso de las influencias, el aprovechamiento de la función pública para fines personales, el otorgamiento de favores a los parientes y amigos, la indiscreción, la utilización abusiva de información oficial y la participación en cualquier actividad política no autorizada ”.

Con estas líneas espero plantear sólo unas líneas generales que nos permitan comenzar una discusión profunda sobre los fundamentos de una ética pública y que al mismo tiempo nos obliguen a plantear estrategias integrales y creativas sobre la ética pública.

En el Ecuador somos testigos de varios intentos responsables de mejorar la actuación de los funcionarios públicos, de implementar un trabajo eficiente, de transparentar el manejo de los recursos y de limitar los espacios de arbitrariedad en la gestión pública. Este también es el resultado de una ciudadanía cada vez más comprometida, de una apuesta ética por una política diferente y de una movilización social cada vez más fuerte alrededor de estos temas. En sintonía con ello, es urgente un cambio de discurso y de estrategia, será mucho mejor una apuesta por la ética y el compromiso solidario que el discurso desmoralizante de la corrupción nacional.

Bibliografía.

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KLIKSBERG, Bernardo. América Latina: una región en riesgo. Pobreza, Inequidad e Institucionalidad Social.
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SALVAT, Pablo. De la acción comunicativa, la ética discursiva y la intervención social. http://etica.uahurtado.cl/publicaciones/articulos/accion_comunicativa.pdf

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