¿Renovarse o morir?

Publicado en Diario Hoy
21/01/2007
MarÍa Paula Romo

‘Renovarse o morir” dijo el diputado Cevallos, actual presidente del Congreso, en su discurso durante la posesión de Rafael Correa. Sorprendió la retórica revolucionaria, sobre todo viniendo de la dirigencia del statu quo, pero es todavía más sorprendente cuando miramos lo que han hecho en el Congreso antes y después de estas palabras. Despartidizar los órganos de control y la Función Judicial se apuntaba como el objetivo repetido incluso en el discurso de los más conservadores. No solo eso, sino que el único tema que constaba en el acápite reforma política del plan de gobierno del Prian era precisamente ese. Esta también era una de las exigencias más claras en medio de propuestas todavía imprecisas sobre los objetivos de una asamblea constituyente; pero resulta que a la mayoría en el Congreso no le tomó ni siquiera un mes olvidar la consigna (la mayoría ex minoría, ahora nueva mayoría hasta próximo aviso).

Es cierto que la Constitución faculta al Congreso a nombrar fiscal general cuando el Consejo Nacional de la Judicatura no hubiera enviado la terna dentro del plazo establecido; pero también es cierto que el Congreso entero conocía que se llevaba adelante un concurso de oposición para conformar esa terna (en el camino de recuperar la débil confianza que hoy tiene la Función Judicial, problema en que el Congreso es co-responsable). ¿De qué se trata entonces el nombramiento de Cucalón? ¿Una demostración de fuerza, de prepotencia? ¿Una provocación al presidente para reavivar la pugna?

Ecuatorianos y ecuatorianas estamos cansados de los pactos que significan reparto; no queremos más incongruencias entre el discurso y los hechos; sin ingenuidades ni falso optimismo, pero queremos creer que la real politik no incluye la negociación bajo la mesa ni la claudicación de principios. La asamblea constituyente no es un fin en sí mismo; ella –la asamblea- solo tendrá sentido si, a más de redactar una nueva Constitución, define nuevos actores y reglas de juego verdaderamente democráticas para la política ecuatoriana. Esa es la posibilidad que asusta a partidos y líderes tradicionales (presentes o representados en el Congreso Nacional) y, precisamente por eso, el estatuto no puede ser diseñado por ellos o para ellos.

Discrepar no es ser infiltrado, ni estar en la oposición, ni engrosar las filas de la “partidocracia”. El estatuto propuesto por el Gobierno necesita cambios para lograr sus objetivos. El presidente Correa debe encontrar compañeros y aliados (no suyos, sino del proyecto de un Ecuador más justo); para hacerlo no necesita pactar con quienes hacen parte del viejo país; ellos afirmaron que el desafío era “renovarse o morir”; la renovación quedó descartada, los muertos no serán buenos aliados.

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