El momento de la sensatez. En 4pelagatos, abril 21, 2016
El momento de la sensatez
Un fuerte sismo… En los primeros minutos las redes sociales servían
para enterarnos de que alguien lo sintió en Ibarra, y también en Loja!.
Fotos de Guayaquil mostraban un puente a desnivel que había caído sobre
un auto. Se reportaban ciudades sin energía eléctrica. Ninguna noticia
oficial en los medios de comunicación. Los datos preliminares del
Instituto Geofísico eran de 6.9° (ahora sabemos que para cuando los
equipos arrojaron las mediciones finales de 7.8° el propio Instituto
había perdido su conexión a internet) pero la gente escribiendo
“temblor” de un extremo al otro del país hacía pensar en algo grave.
El paso de las horas fue revelándonos la magnitud de lo sucedido, una pesadilla. Aunque rescates en situaciones imposibles son pequeños milagros en medio de las noticias que llegan de Esmeraldas y Manabí; las fotos, los testimonios, las redes, nos muestran ciudades devastadas, personas desesperadas buscando a su familia bajo las ruinas, casas y edificios convertidos en un montón de escombros. A cuatro días del terremoto, las cifras oficiales hablan de 570 muertos y más de 4.600 heridos.
A pesar del momento de dolor y necesidad que hoy viven miles y miles
de personas, el Ecuador nos enseña hoy otra realidad que contrasta con
lo que veíamos de nosotros mismos hace una semana. En pocas horas
pasamos de ser un país polarizado y enfrentado por sus posiciones
políticas, a uno que se ha lanzado a farmacias y supermercados, que
vació las perchas comprando lo necesario para atender la emergencia a
través de donaciones.
No hay empresa, universidad, grupo de amigos, familia, que no esté
haciendo su propia colecta y buscando la forma de llevarla hacia las
zonas afectadas. Los mismos que hace unos días estábamos listos a saltar
los unos sobre los otros por una opinión política –o por algo que
pudiera interpretarse así– estamos hoy desesperados por arrimar el
hombro, impotentes frente a la tragedia, haciendo hasta lo imposible por
socorrernos. Y resulta que ser gobiernista u opositor era
intrascendente. Que más allá de eso, nos reconocemos como hermanos,
todos fuimos alguna vez a Canoa o a Mompiche, tenemos la misma camiseta
de la selección, y ¡somos los únicos del mundo en saber lo que es un corviche!
La tragedia parece haber resuelto uno de nuestros “grandes debates”: el Estado no es ni puede ser autosuficiente;
la sociedad civil, los ciudadanos, la empresa privada, son pilares en
los que se sostiene una sociedad. Tampoco es viable una sociedad sin
Estado que pueda enfrentar de inmediato y con eficiencia una
contingencia de esta magnitud. El desafío es diseñar condiciones que
permitan que cada uno haga lo que le corresponde, sin excederse. Que el
Estado vigile las reglas y los límites, pero que en lugar de asfixiar a
la empresa o a la gente, se ocupe por canalizar su energía, buscar
oportunidades para su desarrollo y la realización de sus proyectos.
La vida nos dio, literalmente, un sacudón. Uno de esos que obliga a
poner las cosas en perspectiva, a enfocarse en lo importante. Es momento
para la sensatez en las decisiones para enfrentar la emergencia, y
también para mirar el mediano plazo. Es tiempo de concentrarnos en lo
que tenemos en común y lo que nos importa a todos. Recordar (bella palabra que en su origen significa volver a pasar por el corazón)
que somos capaces de construir un proyecto de presente y futuro
compartido, en donde haya espacio para las diferencias sin que eso
signifique anular al que –en el fondo– es tan parecido a nosotros.
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