Del aborto y la hipocresía

Del aborto y la hipocresía
Diario Hoy, 13 de abril de 2008.

Por Omar Ospina García


En relación con el aborto, parecería que vivimos en dos países distintos: uno irreal, el de los sectores más ultraconservadores, en el cual el aborto simplemente no existe. Se lo niega o se lo esconde con hipocresía como si ignorándolo o escondiéndolo desapareciera de las mentes de esas almas angelicales para las cuales, al negar la evidencia, esta desaparece.

En ese país ideal las adolescentes no se embarazan, porque las relaciones sexuales no comienzan antes de que las chicas se casen bien casaditas, no hay niñas violadas por los familiares o amigos y, por supuesto, cada niño nacido dentro de la familia bien constituida -y todas lo son- tiene garantizada de por vida una completa y eficiente atención médica, así como educación y bienestar.
Y las madres, claro, jamás corren riesgos innecesarios en el parto porque este se realiza en las mejores condiciones de asepsia y control de su salud. Creer que en un país así exista el aborto es cosa de malpensados y pecadores. Todos los embarazos llegan a buen término y la familia cristiana, ese pilar de la sociedad, es una familia en donde no ocurren embarazos indeseados, porque todos los padres y madres se esmeran en tener el número de hijos que Dios les dé.

Pero contra lo que quisiera ese grupo de personas, ese país no existe. En el otro, en el país real, en el que a diario nos debatimos para sobrevivir, y hay quienes no lo logran porque su existencia es miserable y sus esfuerzos no alcanzan para llevar una vida digna de ser vivida, ocurre exactamente todo lo contrario. Niñas y adolescentes son violadas por sus amigos o familiares o por criminales desconocidos, y muchas tienen que recurrir al aborto clandestino para no traer al mundo criaturas que vivirán sin ser amadas, porque no fueron deseadas. Y las que sobrevivan no tendrán ninguna oportunidad de una vida digna y decente. Aquí, en ese país real, muchas niñas bien, cuando, por un deplorable descuido, se quedan embarazadas, van al extranjero para que aborten en un hospital o clínica privada o residan el tiempo suficiente para tener el niño en buenas condiciones, darlo en adopción o criarlo como un amado sobrino. Las otras, las no tan bien, arriesgan la vida en clínicas clandestinas sin higiene ni protección alguna.

Son decenas de miles las madres que mueren al año por abortos en esas condiciones. Y son esas madres las que, para la limpia conciencia de los cristianos habitantes del otro país, del utópico e inexistente, no tienen la menor importancia, aunque ya tengan otros hijos por los cuales velar. Con tal de que se garantice el derecho a la vida desde la concepción, ¿qué importancia puede tener la vida de esa madre “no tan bien”?

Coletilla: en el país real, el aborto debería ser considerado en la Ley como lo que es en realidad, un problema de salud pública al que el Estado debe poner atención para que ocurra en las mejores condiciones de higiene y respeto por la vida de la madre, de la que ya existe y tiene obligaciones familiares que cumplir y tiene también, por si acaso, derecho a vivir.

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