Las madres del día, por Álvaro Alemán

(Gracias a Álvaro Alemán por este maravilloso escrito)

Es una de las paradojas de aprendizaje de una lengua que, una vez que adquirimos una destreza básica expresiva, el asombro de nombrar el mundo, de nominar, lenta pero certeramente se disipa. Es una pena porque las palabras crean la realidad tanto como la realidad crea las palabras. “Día”, por ejemplo, que posiblemente proviene del latín dies que a su vez viene del proto indoeuropeo dyeu “brillar”, en parte del griego “delos” “claro” y del sánscrito dah “quemar” y deva “dios” asociado también al latín “deus”, como toda palabra, tiene raíces mágicas e irracionales. Concebido como lugar y tiempo a la vez, de la vida, el término “día” sin duda alberga una dimensión sagrada.

La maternidad del día; es decir, el origen materno de un sitio y de un tiempo ilimitado es asunto aparte. Otra manera de plantear el problema es ¿quién(es) procura(n) lo posible? ¿quién(es) hacen el día?

Las primeras mujeres en celebrar el Día de la Madre, durante el siglo pasado, concibieron esta fecha como una ocasión para utilizar su condición de madres para protestar la injusticia y la guerra. En 1858, la estadounidense Anna Reeves Jarvis organizó lo que ella llamaba los días de trabajo de las madres en las comunidades mineras de los Apalaches. La idea era protestar contra la ausencia de condiciones sanitarias para los trabajadores, más adelante, durante la guerra civil, Jarvis trabajó con ambos bandos en mejorar la higiene y a partir de 1868 inició una obra destinada a reconciliar a vecinos unitarios y confederados. Su trabajo militante antibélico fue extendido por la poeta, sufragista y pacifista bostoniana Julia Ward Howe quien proclamó una fecha específica, el 2 de junio, para que las madres se opongan a la guerra. En su “Proclamación del día de la madre”, un texto poético luminoso, Howe dice:

No vendrán a nosotros nuestros maridos, pestilentes de matanza,/En busca de caricias y aplauso./No se nos quitará nuestros hijos para desaprender/Todo lo que hemos podido enseñarles de caridad, piedad y paciencia/Nosotras, las mujeres de un país/Seremos demasiado tiernas con aquellos de otra tierra/Como para permitir que se prepare a nuestros hijos a herir a esos otros

El día de la madre se celebró así, bajo esas circunstancias, durante las siguientes tres décadas, mientras mujeres activistas lucharon para acabar con los linchamientos, el trabajo infantil, la trata de blancas y el fraude al consumidor, desde su perspectiva, su superioridad moral encontraba sus raíces en su condición de madres.

Ante la muerte de Ana Jarvis en 1905, su hija militó en aras de oficializar la fecha. Esto se logró en 1914, cuando el presidente Woodrow Wilson declaró el primer día nacional de la madre el segundo domingo de mayo. Desde entonces, la fecha se ha transformado, como tantas otras, en una ocasión más para el consumo, en una industria, presta a emitir la directiva de honrar a nuestras madres comprándoles cosas. La transformación fue rápida, y Ana Jarvis hija, al constatar el giro, se indignó. Cuando en la 1915 observó la venta de claveles por el –entonces—exorbitante precio de $1 cada una, inició una campaña contra “aquellos que minan el Día de las Madres con su avaricia”

Jarvis, Howe y tantas otras mujeres desconocidas (como las madres de la Plaza de Mayo) nos honraron y nos honran; a diario, se muestran madres del día, de cualquiera y de todos, su obra merece mejor destino que la desmemoria despreocupada de la compra interminable que es el día de la madre.



Proclamación del Día de la Madre 1870

Levántense pues. . .mujeres de este día!
Levántese, toda mujer con corazón!
No importa si su bautismo sea de agua o de lágrimas!
Diga firmemente
No permitiremos que las preguntas se respondan de parte de actores irrelevantes
No vendrán a nosotras nuestros maridos, pestilentes de matanza,
En busca de caricias y aplauso.
No se nos quitará nuestros hijos para desaprender
Todo lo que hemos podido enseñarles de caridad, piedad y paciencia
Nosotras, las mujeres de un país
Seremos demasiado tiernas con aquellos de otra tierra
Como para permitir que se prepare a nuestros hijos a herir a esos otros”

Del seno de una tierra devastada se eleva una voz junto
Con la nuestra. Y dice; “A desarmarse! A desarmarse”
La espada del asesino no es el saldo de la justicia
La sangre no borra el deshonor,
Ni la violencia indica posesión.
De la misma forma en que los hombres se han olvidado del arado y del yunque
Bajo el llamado de la guerra,
Así ahora que las mujeres dejen todo lo que queda del hogar
En busca de un gran y sincero dia de consulta
Que entonces primero, como mujeres, lloren y conmemoren a los muertos
Que entonces, con solemnidad, consulten entre sí sobre los medios
Necesarios para que la gran familia humana viva en paz. . .
Cada uno asumiendo en su propio tiempo la huella sagrada, no del César
Sino de Dios
En el nombre de la feminidad y de la humanidad, pido sinceramente
Que un congreso general de mujeres sin límite de nacionalidad
Se nombre y que se celebre en el lugar designado como el más conveniente
En la hora más temprana y consistente con sus objetos,
Para promover la alianza de las diferentes nacionalidades
La resolución amigable de los asuntos internacionales,
Los grandes y generales intereses de la paz.

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