La muerte

Publicado en Diario Hoy
28/01/2007
María Paula Romo

Aunque la muerte -propia y ajena- es la única certeza que tenemos los humanos, resulta que siempre nos desconcierta y nos abruma. Desde que no nos conformamos con la explicación de los designios divinos, hay unas muertes que nos parecen más inexplicables, menos procedentes que otras.

Así, incomprensible, ha sido la muerte de la ministra Guadalupe Larriva, la de su hija y de los oficiales que se accidentaron en Manta. Y así de ilógicas son también otras muertes privadas; que -sin imágenes televisadas- son alarmantes y conmovedoras. Es el caso de la muerte de Paúl Guañuna.

Guadalupe Larriva, más allá de sus virtudes y su trayectoria personal, representó en estos pocos días dos cosas muy importantes: ser una mujer al mando de una institución que simboliza el poder patriarcal y los estereotipos más arraigados de lo masculino; y ser además la primera ministra no militar, la primera ministra del poder político, en unas Fuerzas Armadas deliberantes muy por encima de lo que la democracia exige.

Es por todo eso junto que la muerte de la ministra Larriva ha resultado tan dolorosa: a la pérdida personal se sumó el desvanecimiento (transitorio, esperemos) de las otras cosas que Guadalupe simbolizó en estos días.

Paúl Guañuna era un joven de 17 años; sus familiares lo encontraron muerto el 14 de enero en un barrio del norte de Quito. Tenía quemaduras en las manos, señales de haber sido golpeado y los brazos cruzados. El viernes se exhumaba su cuerpo para buscar indicios de una posible tortura. Lo último que se sabe de él es lo que contaron dos de sus amigos: fue detenido por una patrulla policial la noche anterior cuando lo encontraron pintando un graffiti.

En cada caso, tan distinto el uno del otro, familiares y amigos exigen explicaciones, investigación y que se determinen, si las hubo, las responsabilidades de estas muertes. En ambos casos, aunque imprescindible, ninguna investigación llenará el vacío que estas personas dejaron.

Pero además del dolor para quienes más sienten su ausencia, la muerte siempre tiene algo que decir a los supervivientes: nos recuerda que desde todas las luchas nuestra apuesta es por la vida; desde la autosuficiencia o el poder nos devuelve a la fragilidad de nuestra condición humana; relativiza los problemas y las pretensiones. Nuestra lucha contra la muerte es la lucha diaria, de los héroes cotidianos y de las grandes figuras. La muerte nos iguala y también nos recuerda que estamos vivos mientras tenemos ideales, razones para sonreír y esperanza para seguir despertando. Como escribió Savater: “En el fondo todos vivimos de la parte de Don Quijote que tenemos y cuando reconocemos que no lo somos morimos”.

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