Entonces, ¿la corrupción es de izquierda o de derecha?, marzo 25 de 2016
Entonces, ¿la corrupción es de izquierda o de derecha?
Marcelo Oderbrecht ha sido sentenciado a 19 años de cárcel,
el juez que dictó su sentencia lo declaró culpable por el pago de más
de 30 millones de dólares en sobornos a funcionarios de Petrobras, la
empresa más grande e importante de Brasil. Las investigaciones han llegado ya hasta el expresidente Lula y podrían poner en riesgo que la presidenta Rousseff termine su mandato. Los últimos videos hechos públicos en Argentina, abonan las ya muchas sospechas sobre Lázaro Báez y su relación con la familia Kirchner. El “caso Zapata” en Bolivia,
supuesto tráfico de influencias de una expareja del presidente Evo
Morales que, en su calidad de representante de la empresa china CAMC,
firmó contratos con el Estado por más de 500 millones de dólares. En el
Ecuador las denuncias van desde las carreteras más caras del mundo, los supuestos sobreprecios en obras de toda envergadura hasta los gastos/ derroches que limitan con lo absurdo (en realidad habría que usar otro adjetivo al descubrir quiénes son los contratados).
Estos casos que ocupan primeras planas en los últimos meses,
“viralizados” a través de las redes sociales, han producido –al menos–
dos razonamientos: a) quienes argumentan que si son gobiernos de
izquierda es imposible que hayan cometido ninguna irregularidad y que
cualquier denuncia, en este sentido, es parte de una estrategia de
intervención imperialista –en algún lugar incorpore usted a la CIA para
darle fuerza al argumento–; b) aquellos que han llegado a la conclusión
de que si estos gobiernos “de izquierda” han cometido actos de
corrupción, entonces, toda la izquierda es corrupta. Ambos razonamientos
son falaces y engañosos.
¿Y entonces? ¿Cómo entender lo que está pasando? Para empezar
recordemos que la historia nos ha demostrado que ni la corrupción ni el
autoritarismo son exclusivos de una u otra ideología. ¿No recordamos
acaso los escándalos que enfrentaron los gobiernos de derecha en estos
mismos países? Por ejemplo los que le costaron la presidencia de Brasil a Collor de Mello, (también salpicado hoy por el escándalo de Petrobras), o los protagonizados por Hugo Banzer en Bolivia.
Ahora bien, lo que es cierto es que la izquierda abanderó durante
décadas la lucha contra la corrupción de los gobiernos de turno. La
promesa de que su llegada al poder cambiaría esa realidad, hace que su
escrutinio hoy sea aún más estricto.
Hace algunas semanas escuché una de las mejores explicaciones de lo
que está pasando: la corrupción es el intercambio de dinero por poder, y
la izquierda se mantuvo mucho tiempo “limpia” pues no tenía ninguna de
las dos, lo que hacía imposible que entre en el intercambio… Una vez que
accedió al dinero y al poder, también se hizo susceptible a estas
prácticas. Resulta que la ideología política no nos hace inmunes o
incorruptibles. Por cierto, también hay muchos ejemplos de quienes –en
la izquierda o la derecha– han hecho política honesta y consecuente.
Que la derecha hoy aprovecha los escándalos, los exacerba y utiliza
políticamente… pues claro, lo mismo que haría cualquier sector en
competencia cuando su oponente le ofrezca semejante oportunidad. Vale
insistir que esa rabiosa crítica no puede ser tomada como garantía de la
honestidad de los denunciantes, y que es gravísimo y reprochable que
haya quienes sugieran salidas autoritarias o antidemocráticas como
respuesta a los escándalos.
Lo más peligroso en este momento es que los ciudadanos de nuestros
países lleguen a la conclusión de que la política es igual a corrupción,
que se trata de un dilema sin alternativa. Que crezca la decepción, la
resignación, que se fortalezcan los argumentos por los que mucha gente
valiosa se queda lejos de la participación política. Los militantes de
izquierda o los simpatizantes de estos gobiernos no pueden resolver el
problema desde la negación. No pueden atribuir cada una de las
evidencias a un “plan macabro del imperio”. Deben asumir
responsabilidades e identificar a los culpables para que sean
sancionados.
Como sociedad, el debate debe ir más lejos: la política es disputa de
intereses, la gestión del poder y los recursos son grandes tentaciones;
es por eso deben estar limitadas por el tiempo, por las instituciones
democráticas / republicanas, y una vigorosa sociedad civil que cumpla
también con un rol de vigilancia, límite y contrapeso. El costo de la
política y las millonarias campañas electorales, grandes márgenes de
discrecionalidad para los funcionarios, y la falta de sanción social de
la corrupción, son condicionantes mucho más poderosos que la ideología.
La concentración del poder a través del control de todas las funciones
del Estado y la falta de independencia de la justicia son el principal
incentivo y mensaje de impunidad. Es sobre esto que deberíamos estar
discutiendo y trabajando, en lugar de intentar tapar el sol con un dedo.
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